
Mi primera reacción al escuchar una de las bandas favoritas de mi persona favorita, fue de rechazo. Un rechazo inminente, un rechazo total.
Recuerdo que íbamos manejando por la carretera mientras sonaba en el coche una canción “tonti pop” de procedencia española, terriblemente empalagosa y desproporcionadamente alegre. Era demasiado para mí, demasiado para las ocho de la mañana.
En aquel momento, pensé en lo distinto que mi pareja y yo percibíamos la misma música. Él con esa alegría que le caracteriza, yo con la amargura contundente por la que me articulaba por aquellos años.
Compartimos muchas cosas en la vida. Quedaba claro que el “tonti pop” no era una de ellas. Nunca más volví a escuchar a aquella banda.
No fue hasta la primavera del 2019, en donde esa amargura contundente por la que me articulaba por aquellos años, terminó por tronarme la vida.
Aquel fue, probablemente, uno de los momentos más bajos, más críticos y más difíciles de mi vida adulta. Nada especial. Los momentos propios de este viaje compartido.
Fue hasta entonces que Pedro me dijo, “Sé que no te gusta La Casa Azul, pero me gustaría que viéramos su nuevo video juntos”
Accedí. Estaba derrotada, completamente desubicada, sintiéndome un fracaso en mi vida laboral, careciendo de bienestar general, y desde ese lugar, me dispuse a ver el video.
La entrada de la canción conservaba ese “upbeat” que mi memoria auditiva registró cinco años atrás. Pero esta vez, algo me habló muy pero muy adentro.
Yo estaba ahí, pero me empecé a desdoblar a medida de que la canción avanzaba. Me habló como un ente viviente, casi divino. Me reveló la inminente impermanencia de nosotros mismos, de lo que somos. Las inminentes posibilidades de la vida.
“Somos piezas de un sistema secuencial, vulnerables al desgaste natural (De todo), dame un poco más de tiempo y yo, retomaré la vitalidad”
Sigo sintiendo una punzada en el estómago al escuchar, una y otra, y otra, y otra vez esa preciosidad de frase. Me sobrepasa la forma en que está construida, su precisión, lo que le provoca a la entraña.
“Y ni siquiera intuíamos la posibilidad, de que aquella luz, aquella claridad, fuera efímera y pasajera”
Pienso que así se siente bailar con el corazón roto, que así se siente ser sostenida por la música dentro de lo roto de la vida. Que así se siente descansar en esa complejidad, bailar sobre esa complejidad. Me reveló mi corazón doliente, mi desubicación vibrante, pero me enseñó a bailar dentro de todo aquello.
“Aquel océano, aquella inmensidad, el final del amor eterno”
Me recuerda como todo, absolutamente todo termina, y necesita de terminar para reconfigurarse, reinventarse, o simplemente, dejarlo morir.
Al final, bailar con mi corazón roto terminó por sanarlo, terminó por reconfigurarlo, por reinventarlo y yo opté por vivir.
Y también por el tonti pop <3