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Dec 14, 2020

Ellas somos todas

El lunes pasado estaba viendo el juego de la liga femenil Tigres contra Pachuca. Cuartos de final de la liga, Tigres llevando ventaja sobre el marcador en el juego de ida, y en el de vuelta, en casa, goleando 4 a 1.

Mientras las veía jugar, reflexioné en lo distinta que hubiera sido mi vida si, cuando niña, hubiera existido la liga femenil.

Un viernes antes, estábamos viendo un partido de la liga varonil con mis abuelos. De pronto, me di cuenta que tenía un gran desinterés por ver el partido. Mi abuelo y mi pareja platicaban sobre las jugadas y las tácticas que creían más convenientes para que el marcador nos favoreciera. 

Mientras tanto, mi abuela y yo  permanecíamos en silencio. De vez en cuando hablábamos de otras cosas irrelevantes a los comentarios apasionados que giraban en torno al partido. No es que intencionalmente nos quisieran dejar fuera de la conversación, más bien, era que el ambiente no propiciaba las condiciones para hacerlo.

Crecí viendo fútbol dentro de una familia muy apasionada, de chica me emocionaba muchísimo  ver jugar a los Tigres en segunda división en el Estadio Universitario. Pero ver fútbol en casa, me parecía aburrido y de cierta forma, me sentía ajena al momento. 

No me alcanzaba a enganchar con nada de lo que veía en la pantalla, tampoco me enganchaba con lo que sucedía fuera de ella. Sentía que no era mi lugar para hablar ni opinar sobre algo que no entendía. Experimentaba una suerte de limbo y de desconexión en ese momento. Un espacio en donde yo, nosotras, no cabíamos del todo, o en el que había que amoldarse mucho para poder caber.

Y aunque, sigo siendo aficionada a la liga varonil y confieso que muchos de los mejores momentos familiares han venido acompañados de fútbol, ha sido la liga femenil la que me ha invitado a comprometerme viendo fútbol, la que me ha enganchado y la que me ha hecho tomar ese espacio como mío, como nuestro.

Pienso en esto mientras veo  sola en mi cama el partido de la femenil, una acción que rara vez sucede (ver fútbol sola) pero que con la femenil es algo que me nace. Es mi momento. 

Pienso en el poder que da verse en la cancha. Pienso en el poder de la representación y cómo ésta genera un impacto fuerte en quererme enganchar no sólo en la pantalla, sino también comentando, opinando, emocionándome, siendo parte de.

Ver a estas jugadoras tan increíbles desenvolverse con tanta seguridad, fuerza y colaboración, reconozco de inmediato la enorme sed que había de parte de nosotras de querer tomar ese espacio.Y no sólo ese, sino todos los espacios que el fútbol encierra como experiencia.

Me emociono y se me acelera el corazón, verlas jugar metiendo el cuerpo entero en la cancha. Entregándolo todo, jugando cada jornada con una vitalidad feroz.

Esto mismo, me hace pensar en cómo las mujeres metemos enteramente nuestro cuerpo a casi cualquier labor que hacemos. Vivimos en nuestro cuerpo, atravesamos cualquier experiencia con él. 

Tal vez, de haber crecido con fútbol femenil en mi infancia, me hubiera sentido con el derecho de reclamar ese espacio como mío, desde la casa hasta la cancha. 

Me da alegría por las niñas que ven a los equipos locales ganar y campeonar, pienso en el enorme impacto que tendrán en su vida cuando tengan mi edad. Me da inmensa alegría saber que van a crecer viendo a una liga entera de mujeres que juegan como equipo, dejándolo todo en la cancha como un colectivo. Porque sí, nosotras nos movemos en colectivo por la vida. 

Porque ellas somos todas. 

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